El 28 de mayo conmemoramos el Día Mundial del Hambre, una fecha que nos invita a reflexionar sobre una de las crisis más urgentes de nuestro tiempo. Este año, el lema “Sembrando resiliencia” destaca la necesidad de fortalecer nuestras comunidades frente a los desafíos del cambio climático, los conflictos armados y las crisis económicas, factores que han incrementado la inseguridad alimentaria a nivel global. Según el informe de la Red Global contra las Crisis Alimentarias, en 2024, 295,3 millones de personas sufrieron inseguridad alimentaria aguda, y dos millones enfrentaron una situación “catastrófica”, especialmente en Gaza y Sudán.

En este contexto, el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 2: Hambre Cero, cobra una relevancia aún mayor. Este objetivo busca poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible. Para alcanzar estas metas, es esencial adoptar prácticas agrícolas resilientes al clima, como el uso de cultivos resistentes a la sequía y la mejora de la gestión del suelo, que pueden aumentar los rendimientos hasta en un 30% incluso en las regiones más vulnerables.

Como docentes e innovadores en educación, tenemos la responsabilidad de integrar estos desafíos en nuestras aulas. Podemos fomentar proyectos que promuevan la conciencia sobre la seguridad alimentaria, como huertos escolares, campañas de reducción del desperdicio de alimentos y estudios de casos sobre sistemas alimentarios sostenibles. Además, es crucial empoderar a las mujeres en el ámbito agrícola, ya que producen hasta el 80% de los alimentos en muchos países en desarrollo, pero enfrentan desigualdades significativas en el acceso a recursos y formación.

Cada ciudadano puede contribuir a la erradicación del hambre mediante acciones cotidianas: apoyar la agricultura local, reducir el desperdicio de alimentos, adoptar dietas sostenibles y participar en campañas de concienciación. Al educar y actuar, sembramos resiliencia en nuestras comunidades, avanzando hacia un futuro donde el hambre sea una realidad del pasado.

Asegurar un sistema alimentario sostenible es una tarea que nos involucra a todos. Desde la universidad, asumimos el compromiso de formar profesionales capaces de entender los desafíos sociales y ambientales vinculados al hambre y la alimentación. No se trata solo de generar conocimiento, sino de aplicarlo con responsabilidad, con soluciones concretas que respondan a las necesidades reales de las personas y las comunidades
Marizoila Fontana, Directora de Sostenibilidad y Responsabilidad Social de la UPC

En el Perú, diversas iniciativas buscan combatir el hambre y reducir el desperdicio de alimentos. El Banco de Alimentos Perú (BAP), fundado en 2014, ha rescatado más de 60 millones de kilos de alimentos aptos para el consumo, beneficiando a más de un millón de personas a través de comedores populares, ollas comunes, albergues y otras comunidades vulnerables. Además, aplicaciones como Cirkula permiten a los usuarios adquirir alimentos de restaurantes y tiendas con descuentos superiores al 40%, ayudando a reducir el desperdicio alimentario. Asimismo, supermercados como Wong y Metro ofrecen productos a precios reducidos al final del día para evitar su desperdicio. Estas acciones, alineadas con los ODS, especialmente el número 2: Hambre Cero, demuestran cómo la colaboración entre organizaciones, empresas y ciudadanos puede construir un sistema alimentario más justo y sostenible.

Texto trabajado con el apoyo de ChatGPT y Marizoila Fontana.