La sesión del 25 de julio abordó el impacto de la inteligencia artificial en la integridad académica, a partir de la exposición de Jorge Bossio. Se analizaron los factores que explican por qué los estudiantes recurren a trampas y plagio: presión por notas y becas, sobrecarga académica, falta de claridad en normas y tareas percibidas como poco relevantes. A ello se suman la presión social y la distancia entre docentes y alumnos. 

Un punto central fue la revisión de los límites de los detectores automáticos de IA. Estos sistemas generan falsos positivos y negativos, deterioran la confianza y no garantizan justicia en la evaluación. Bossio insistió en que basar las decisiones académicas únicamente en estas herramientas es riesgoso tanto en el plano pedagógico como ético. 

El encuentro también revisó las conclusiones del libro The Opposite of Cheating de Bertrand y Retinger, que expone cómo la presión académica, el entorno competitivo y la percepción de que “todos lo hacen” terminan justificando estas conductas. Asimismo, se introdujo la idea de la “redacción híbrida”, planteada por Sarah Eaton, donde la producción académica combina aportes humanos y tecnológicos, lo que obliga a las universidades a replantear sus políticas de probidad académica. 

Se comentaron políticas recientes adoptadas en universidades norteamericanas y peruanas. En general, las instituciones están optando por un enfoque abierto y prudente: permiten el uso de IA bajo condiciones de transparencia, exigen la declaración explícita de las herramientas utilizadas y promueven talleres y guías para docentes y estudiantes. No existe una prohibición absoluta, pero sí restricciones claras frente a presentar contenido generado por IA como propio o introducir datos personales en plataformas públicas. 

La sesión concluyó con la idea de que la respuesta no puede ser una “guerra” tecnológica entre docentes y estudiantes. En lugar de perseguir trampas, las universidades están llamadas a construir confianza, acompañar el proceso de aprendizaje y fomentar un uso consciente y formativo de la inteligencia artificial. 

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El término “Contract cheating” fue acuñado por Lancaster y Clarke en 2006 como “el envío de un trabajo que otorga créditos académicos por el cuál el estudiante ha pagado para que un tercero lo escriba”, es decir, contratar a alguien para que haga el trabajo y luego presentarlo como propio. Se trata de una industria multimillonaria con impacto global ¿qué pueden hacer las instituciones educativas frente a este problema?