Por: Paul Barr y Jessica Vlasica
Thomas Friedman en su libro «Gracias por llegar tarde: Cómo la tecnología, la globalización y el cambio climático van a transformar el mundo los próximos años” (Thank You for Being Late: An Optimist’s Guide to Thriving in the Age of Accelerations) advierte que la capacidad de preguntar es especialmente relevante para ayudarnos a navegar en un mundo moderno caracterizado por la incertidumbre y los cambios acelerados producto de la tecnología. Es a través de preguntas que podemos iniciar el camino hacia la comprensión de las dinámicas complejas en juego y esbozar soluciones o propuestas.
En el campo de la educación no es distinto. Parafraseando al historiador y escritor Yuval Noah Harari en una entrevista con Stephen Colbert, no sabemos qué tipo de formación será relevante en los siguientes veinte años. Requerimos análisis, ensayos constantes, calibraciones, innovación; en resumen, capacidad de adaptación. Y para todo ello, primero es necesario comprender.
Para usar la tecnología con fines educativos es importante hacernos antes las preguntas correctas. El punto crucial es que no nos las hemos estado haciendo. Nos hemos enfrascado en dualidades amor-odio que colocan a entusiastas y escépticos frente a frente, y a la educación virtual y a la presencial en extremos opuestos, enemistadas.
En el Perú, es crucial que la sociedad y el gobierno comprendan que es posible implementar programas a distancia de alta calidad. La clave no es cuestionarse si la educación a distancia va o no va, sino enfocarnos en cómo diseñar una oferta formativa sólida aprovechando los beneficios de esta modalidad. Esto nos lleva a reflexionar sobre interrogantes fundamentales: ¿Qué instituciones educativas poseen las capacidades y recursos para ofrecer programas a distancia de excelencia? ¿Qué perfiles de estudiantes se verían más beneficiados por la flexibilidad de la educación a distancia? ¿Qué áreas de conocimiento permiten un mayor grado de virtualidad y cuáles requieren más presencialidad? Responder acertadamente estas preguntas, con un enfoque centrado en la calidad académica, la innovación pedagógica y las necesidades de nuestros diversos contextos, será crucial para aprovechar al máximo el potencial transformador de la educación a distancia en la ampliación del acceso a oportunidades educativas superiores en nuestro país.
Además, es importante ampliar el contexto mediante preguntas, para comprender mejor las necesidades a las que tenemos que responder. ¿Qué mensaje damos cuando promovemos la educación a distancia para personas privadas de libertad, mamás solteras o personas con discapacidad? ¿Qué estrategias podemos diseñar hablando de caminos en lugar de límites? ¿Qué diferencias son admisibles entre programas presenciales y a distancia, y en qué aspectos deben converger?
Respecto a quién debería poder ofrecer la educación a distancia, conviene reflexionar sobre lo logrado con el licenciamiento y si ello permite dar un voto de confianza a las instituciones para innovar. O si conviene establecer factores habilitadores que, a la par, sirvan de guía para ofrecer una educación de calidad. No tenemos las respuestas, pero estas preguntas son un buen punto de partida.
La capacidad de adaptación y el diseño de experiencias educativas enriquecedoras y efectivas en la virtualidad dependerán en gran medida de cómo aprovechemos la tecnología, con un enfoque pedagógico sólido centrado en la participación activa del estudiante. Además, será indispensable repensar los roles y la formación docente, así como la infraestructura tecnológica y el soporte institucional requeridos.
Al hacernos las preguntas adecuadas sobre todos estos aspectos, estaremos encaminados a desarrollar una educación a distancia que trascienda la simple reproducción de clases tradicionales, hacia experiencias de aprendizaje realmente innovadoras y provechosas.