El próximo 31 de octubre se celebra el Día Mundial de las Ciudades, fecha planteada por la ONU con la finalidad de contribuir con el desarrollo urbano sostenible en todo el mundo. ¿Cómo está Lima al respecto?
Las ciudades son el espejo más nítido de nuestras desigualdades. En ellas se cruzan la riqueza y la pobreza, la modernidad y la precariedad, la oportunidad y la exclusión. Según el nuevo Plan Estratégico 2026–2029 de ONU-Hábitat, más de 2.8 mil millones de personas en el mundo viven en condiciones de vivienda inadecuadas, y más de mil millones en asentamientos humanos. En América Latina, la región más urbanizada del planeta, el 80 % de la población vive en ciudades, pero la mayoría lo hace en las periferias sin servicios básicos ni seguridad habitacional.
Lima es un ejemplo emblemático de esta brecha. Mientras algunos distritos concentran polos de innovación, infraestructura moderna y espacios verdes, a pocos kilómetros millones de personas sobreviven en cerros y desiertos, sin acceso regular a agua, transporte eficiente o vivienda segura. La capital del Perú es hoy una ciudad fracturada, donde el distrito en el que se vive determina las oportunidades de futuro de miles de familias. Esa desigualdad espacial —reflejo de una desigualdad social persistente— no solo erosiona la cohesión urbana: atenta contra el derecho a una vida digna.
ONU-Hábitat lo plantea con claridad: el acceso a una vivienda adecuada, al suelo, el transporte y a los servicios básicos debe estar en el centro de toda política urbana. No se trata de construir más edificios, sino de reconstruir el pacto social sobre el que se levantan nuestras ciudades. La planificación urbana, la gobernanza participativa y la inversión pública deben converger para cerrar las brechas que hoy dividen a nuestras sociedades.
En Lima, eso significa enfrentar la informalidad, la segregación y la vulnerabilidad climática con una mirada integrada. Significa repensar cómo usamos el territorio, cómo se financian las inversiones y cómo involucramos a la ciudadanía en las decisiones que moldean su entorno. Significa, sobre todo, pasar de ciudades que reproducen la desigualdad a ciudades que la corrigen.
ONU-Hábitat propone cinco caminos: planificación integrada, gobernanza multiescalar, datos y conocimiento, alianzas estratégicas y financiamiento sostenible. Pero detrás de todos ellos hay una verdad ineludible: no hay sostenibilidad sin equidad. Y no habrá desarrollo urbano verdadero mientras el derecho a la ciudad siga siendo un privilegio.
Porque en el fondo, el desafío no es solo urbanístico, es moral:
¿Queremos seguir viviendo en ciudades donde unos pocos miran el futuro desde las alturas y millones lo hacen desde los cerros?








