Por: Victor Lozano
Cuando a Albert Einstein le preguntaron cómo había llegado a ser un genio, respondió con sencillez: “Lo importante es no dejar de hacerse preguntas“. Esta reflexión encierra una profunda verdad: nuestra capacidad para cuestionar el mundo ha sido el motor de nuestro progreso. Los humanos hemos avanzado gracias a nuestra habilidad para formular preguntas cada vez más complejas.
Hemos creado sistemas capaces de generar respuestas instantáneas a cualquier pregunta. En las aulas universitarias, inteligencias artificiales como ChatGPT son utilizadas para hacer análisis que antes requerían horas de investigación.
La biología nos ofrece una perspectiva sobre el costo energético del pensamiento. Nuestro cerebro humano consume aproximadamente el 20% de la energía corporal total, a pesar de representar sólo alrededor del 2% del peso corporal (Raichle & Gusnard, 2002). Este dato ha sido confirmado por múltiples estudios científicos, incluyendo investigaciones publicadas en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Las investigaciones científicas indican que el cerebro requiere un aporte energético permanente para mantenerse en funcionamiento, aun cuando no realice ninguna tarea aparente. Este alto costo energético podría explicar parcialmente por qué nuestras mentes tienden hacia cierta eficiencia cognitiva en determinadas circunstancias.
No es de extrañar que la posibilidad de externalizar el esfuerzo cognitivo a las inteligencias artificiales nos resulte eficiente. Cuando la IA nos ofrece respuestas inmediatas, nuestro cerebro, siempre atento al ahorro energético, lo interpreta como una ventaja.
Por otro lado, la promesa fundamental de la inteligencia artificial reside en la automatización: liberarnos de tareas cognitivas repetitivas para que podamos dedicar nuestras capacidades a problemas más significativos. En teoría, esto debería conducir a una explosión de creatividad y pensamiento original. Sin embargo, existe una contradicción profunda: muchas de las habilidades que la IA promete hacer redundantes son precisamente aquellas que constituyen la base del pensamiento crítico.
Según el informe “Future of Jobs 2023” del Foro Económico Mundial, el pensamiento crítico y analítico ocupa el segundo lugar entre las habilidades más demandadas en el mundo laboral actual, solo superado por el pensamiento creativo. Paradójicamente, mientras el mercado laboral valora cada vez más estas capacidades, la tecnología amenaza con atrofiarlas al eliminar las oportunidades para su ejercicio.
Esta tensión nos remite a los orígenes mismos del pensamiento crítico occidental. Cuando Sócrates desarrolló un método basado en el cuestionamiento sistemático: a través de preguntas estratégicamente formuladas, guiaba a sus discípulos hacia el descubrimiento de sus propias contradicciones e inconsistencias. El objetivo no era proporcionar respuestas, sino cultivar la capacidad de interrogar la realidad. Como señaló “una vida sin cuestionamiento no merece ser vivida”.
Resulta irónico que muchos sistemas de IA actuales, como ChatGPT, utilicen técnicas inspiradas en el diálogo socrático para generar sus respuestas. La tecnología ha asimilado la forma del método socrático, pero invirtiendo su propósito: en lugar de estimular el cuestionamiento, proporciona respuestas que pueden desincentivar la indagación.
La neurociencia moderna ha confirmado lo que los educadores han intuido durante siglos: nuestro cerebro se moldea en función de cómo lo utilizamos. Este fenómeno, conocido como neuroplasticidad, implica que cada experiencia de aprendizaje literalmente reconfigura nuestra arquitectura neural. Esta realidad biológica plantea interrogantes sobre cómo integrar la IA en la educación superior. Si delegamos demasiadas funciones cognitivas a los algoritmos, ¿estamos privando a nuestros cerebros de los estímulos necesarios para desarrollar capacidades críticas?
Si eres profesor, seguramente te ha tocado un perfil de alumno singular. Ese que se queda al final de la clase haciendo preguntas, el que muestra un interés superior al promedio, consulta por conceptos diversos y pregunta por autores. Es el alumno que, en silencio, reflexiona y prepara su intervención. Sus preguntas son rigurosas, curiosas y, a veces, disruptivas, haciendo emerger el conocimiento tanto en el aula como fuera de ella. ¿Puede fortalecer la IA el pensamiento crítico de este tipo de alumno? ¿Y qué sucede con el estudiante más estándar, el que sigue el programa y rara vez desafía las ideas establecidas? La integración efectiva de la IA en el aula requiere un enfoque que potencie, en lugar de sustituir, el desarrollo del pensamiento crítico.
Un enfoque prometedor consiste en utilizar la IA como herramienta de contraste y verificación. Cuando los estudiantes comparan sus propias respuestas con las generadas por herramientas de IA, pueden desarrollar una comprensión más profunda de los temas al identificar diferencias, posibles errores o sesgos en ambas fuentes. Este ejercicio de evaluación crítica puede fomentar habilidades analíticas de los estudiantes.
El diseño inverso de problemas representa otra táctica valiosa. En este enfoque, los estudiantes utilizan la IA para generar respuestas y luego trabajan retrospectivamente para formular las preguntas que podrían haber llevado a esas conclusiones. Este proceso ayuda a fomentar la cognición y la comprensión de cómo se construye el conocimiento.
Las actividades que requieren que los estudiantes perfeccionen progresivamente sus instrucciones (prompts) a la IA, ayudan a desarrollar habilidades metacognitivas, pues este proceso los obliga a considerar qué hace que una pregunta sea efectiva y qué conocimientos previos se requieren para formularla adecuadamente.
Además, que los estudiantes alternen tareas realizadas con y sin asistencia de IA permite a los estudiantes reflexionar sobre las diferencias en sus procesos cognitivos y resultados en ambos contextos, reforzando la conciencia sobre sus propias capacidades intelectuales.
Existen razones sólidas para sostener que la IA puede fortalecer el pensamiento crítico cuando se integra adecuadamente en el proceso educativo. La IA puede democratizar el acceso a tutorías personalizadas. Plataformas adaptativas como Khan Academy y Duolingo han comenzado a implementar sistemas de IA que ajustan el contenido y las preguntas al nivel de comprensión de cada estudiante.
En el ámbito de la escritura académica, herramientas como Grammarly o ChatGPT pueden proporcionar retroalimentación inmediata sobre aspectos estilísticos y estructurales de los ensayos. Sin embargo, los beneficios más profundos surgen cuando estas sugerencias se utilizan como punto de partida para la reflexión, no como soluciones definitivas.
¿Un futuro de simbiosis intelectual?
Ante estos desafíos, el objetivo para la educación superior no debe ser resistirse al avance tecnológico, sino forjar una relación simbiótica con la IA que potencie nuestras capacidades cognitivas en lugar de reemplazarlas. Esta visión requiere un replanteamiento fundamental de cómo enseñamos y evaluamos el pensamiento crítico en la era digital.
En primer lugar, los educadores deben diseñar experiencias de aprendizaje que enfaticen el proceso de indagación sobre el producto final. Este método obliga a los alumnos a ejercitar precisamente la habilidad que Einstein consideraba fundamental: la formulación de buenas preguntas.
Las universidades también deben reconsiderar sus métodos de evaluación. Los exámenes tradicionales, diseñados para medir la capacidad de recordar y aplicar información, se vuelven obsoletos en un mundo donde esa información es instantáneamente accesible.
Las evaluaciones mediante análisis comparativo representan una innovación valiosa con IA. Los estudiantes podrían recibir un mismo problema resuelto por tres fuentes distintas: un experto humano, un sistema de IA, y un compañero de clase. Su tarea consistiría en analizar críticamente las tres soluciones, identificando fortalezas y debilidades metodológicas de cada aproximación, y finalmente proponer una síntesis mejorada. Este método desarrolla simultáneamente habilidades analíticas y la capacidad de discernir la calidad del razonamiento independientemente de su origen.
Las evaluaciones progresivas con IA permiten medir el desarrollo incremental del pensamiento. En este formato, los estudiantes abordan un problema complejo en etapas, utilizando la IA como asistente controlado en puntos específicos del proceso. Por ejemplo, podrían formular inicialmente su enfoque sin asistencia, luego consultar a la IA para obtener perspectivas adicionales, posteriormente refinar su solución, y finalmente reflexionar sobre cómo evolucionó su pensamiento a lo largo del proceso. Esta modalidad evalúa tanto el resultado final como la trayectoria de aprendizaje.
Debemos reconocer que la relación entre humanos y máquinas inteligentes no es un juego de suma cero. Como argumenta el ajedrecista Garry Kasparov—quien experimentó tanto la derrota ante la IA como la colaboración con ella—”la combinación de inteligencia humana y artificial puede elevar nuestro pensamiento a niveles previamente inalcanzables”.
La paradoja central de nuestra era es que, mientras la IA asume cada vez más funciones cognitivas, el pensamiento crítico genuino se vuelve simultáneamente más escaso y más valioso. En este escenario transformado, la educación superior debe evolucionar desde un modelo centrado en la transmisión de respuestas hacia uno que cultive la capacidad de formular preguntas profundas y significativas.
Como señala la filósofa Martha Nussbaum, “la educación no consiste en la asimilación pasiva de datos, sino en el cultivo de la capacidad para el asombro”. Esta capacidad, el asombro intelectual que impulsa la indagación genuina, puede ser tanto amenazada como potenciada por la IA, dependiendo de cómo estructuremos nuestra relación con la tecnología.
[1] El reto para educadores, estudiantes e instituciones no es simplemente integrar la IA en las prácticas existentes, sino reimaginar qué significa pensar crítica y creativamente en un mundo de inteligencia híbrida. [2]
Referencias
Eagleman, D. (2011). Incognito: The Secret Lives of the Brain. Pantheon Books.
Kasparov, G. (2017). Deep Thinking: Where Machine Intelligence Ends and Human Creativity Begins. PublicAffairs.
Nussbaum, M. C. (2010). Not for profit: Why democracy needs the humanities. Princeton University Press.
World Economic Forum. (2023). Future of Jobs Report 2023. WEF.
Hay un libro de Leticia Brito llamado Experiments in Reflection: How to See the Present, Reconsider the Past, and Shape the Future (Stanford d.school Library) Ella está trabajando una plataforma para plantear diálogos socráticos con la IA. Aquí hay un artículo en formato libre que puede leer sobre el mismo tema: https://medium.com/stanford-d-school/reflecting-with-ai-a-tool-to-develop-human-intelligence-88cec86babf
Te recomiendo revisar un proyecto llamado https://riffbot.ai/. Esta IA busca potenciar el diálogo socrático con los alumnos.